Helen Bohorquez Helen Bohorquez

De nariz

Mi piel es un iceberg descongelándose ante la hoguera que engendro dentro, aquella llama que consume bosques secos, que sofoca mi garganta y que pide alcanzar el claro cielo para arrasar con mis recuerdos.

Trato de secar las gotas para que no se acumulen en el frío suelo y que nadie se vaya a ir de nariz.

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Helen Bohorquez Helen Bohorquez

Gabo

Soñé que conocía a Gabo.

Señor Juan, usted me lo presentaba.

Lloré a cántaros en medio de una terminal de trenes...al lado del mar.

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Helen Bohorquez Helen Bohorquez

Quise flotar

La maldita congestión nasal de nuevo. El viaje termina, vuelvo a la realidad de lo absurdo. No todo es malo, pero siento que lo será, lo siento incómodo en la sien, en las membranas celulares. No sé qué o quién me hará más falta. No sé si esta vaya a ser la última oportunidad para una vida normal.

Viajamos por la telaraña de autopistas elevadas de Shanghái, tuve el mundo a mis pies hace poco, y quise flotar. La verdad es que todo esto ha sido una gran levitación, y como toda ruptura inaceptable al ejercicio de la metafísica, debo caer, debo fracturarme, resplandecer en el suelo, hasta entender que debo reponerme, debo pegarme, debo ver la luz, y comenzar de nuevo.

Dejé las ciudades en crecimiento, el olor a mierda, la lengua universal de mis gestos, el concreto elevado, la adivinanza culinaria, los escupitajos, la belleza de sus ojos, de las montañas donde el pino retuerce la roca, del hogar de gorditos dorados, de la rigidez facial, de la historia de miles de generaciones de generaciones de generaciones campana.

Pero por más que la calidez de la geografía sea entrañable, la verdad es que añoraré esta pequeña sociedad de voraces animales, hambrientos de vida, de experiencias, con sus únicas razones y objetivos, una hermandad conjugada en múltiples pigmentos, en una escala musical de algunos tonos compartidos, de danzantes entre cables eléctricos, de futuras ventanillas al mundo, de germinación de historias, que algún día, en mi lecho, recontaré.

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Helen Bohorquez Helen Bohorquez

Voluntad Azul

Tengo la cabeza tan nublada como la atmósfera contaminada de los campos que recorro. La duda siempre es la misma, encarnándose más fuerte en cada ocasión, levitando alrededor de un agujero negro cómodo en mi occipital derecho. 

Puedo argumentar cientos de excusas, organizar un patrón de hechos que se acomoden con exclusividad a mi reacción interna, a la batalla que ando lidiando desde los primeros síntomas aparecieron. ¿Pero para qué hacerlo, si el resultado siempre será el mismo? Guardarlo, amarrarlo, recordar que mis circunstancias son diferentes a las que me imagino, olvidarlo, dejarlo ir. 

¿Pero qué hago con mi voluntad azul? Si la tengo sentada a mi lado, intocable, desinteresada, bella en su propia forma, absuelta de mi tormento, inocente por elección. El horror de mis pensamientos le pondría de otro color. 

Otra historia para la colección. Otro buzón de cartas anónimas que no llegará a ninguna parte. Otras palabras que no se las llevará el viento, sino el puto smog. 

Por el momento, me queda solo apreciar y renegar. Dejarme ahogar en el manto oscurantista producido por mi estómago cada vez que brilla y me calienta con su voz, con su lengua entrenada. 

Y si nada funciona, que me planten en ese charco de arroz. Tal vez y algún día sea de su consumo, así le conozca por dentro y haga que se estremezca por mí.

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Helen Bohorquez Helen Bohorquez

Tren a Nanjing

Aquí no hay cielo azul. El sol se escudriña entre una gigante formación blancuzca que no se sabe si está hecha de nubes o polución. Los campos, de nuevo con ese toque tan familiar, resplandecen con pequeños monocultivos de maná oriental. La China rural no carece de pobreza, pero tampoco del llamado progreso. Es una competencia de sobrevivencia entre la naturaleza aún verde, y el grisáceo cemento que se empeña en levantar cuanto rectángulo vertical habitable pueda. 

Parcialmente separado de la realidad caótica que carcome las grandes ciudades, el paisaje refresca la vista y la memoria. Sí, huele a mierda y orina como en la mayoría de las grandes ciudades, pero el retazo del otro lado de la ventana es familiar al punto de llevarme a la nostalgia, el mismo barro, ladrillo y concreto con sus formaciones irregulares, el mismo pattern de los campos irregulares, el mismo sentimiento de una vida irregular. 

Notas desde mi tren a Nanjing. 

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Helen Bohorquez Helen Bohorquez

Hasta que sepas volar

Si te pica el cuerpo y tienes la certeza de que no estás aquí, sino en todas partes, embárcate en la búsqueda de tu alma, encuentra tus piezas en las sonrisas de extraños, en las bebidas calientes que te ofrezcan, en las confesiones de sus inconvenientes, en los relatos de sus apreciados recuerdos, en sus manos pasadas por dolor, amor y redención.

No detengas tu comezón con las convenciones del reloj, las estructuras encadenas al escritorio y el bullicio asfixiante del llamado "progreso".

Que te pique, que te pique, que te pique, hasta que sepas volar.

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Helen Bohorquez Helen Bohorquez

Progreso

Yo pensé que era progreso, de veras que sí.

Monstruos imponentes habitados por monstruos más chiquitos resplandecen al medio día,

la muchedumbre vespertina atiborrada en el gusano eléctrico.

Yo pensé que era progreso, de veras que sí.

Aguacates azules reparten instrucciones que son acatadas con increíble docilidad,

o que son introducidas en rápidas docenas al que no las quiera cumplir.

Yo pensé que era progreso, de veras que sí.

Lenguas lamiéndose las unas a las otras en las esquinas del gran parque bajo el sabor de lo incomprensible, lo exótico, lo secreto.

Yo pensé que era progreso, de veras que sí.

El inexistente miedo al caminar nocturno, la apropiación de las sombras, el resplandecer lunático opacado por intermitentes coloridos incandescentes.

Yo pensé que era progreso, de veras que sí.

La lucha por la perfección humana, milagros empaquetados, tecnologías vanguardistas,

la comida plástica, el dinero plástico, tu cuerpo plástico.

Yo pensé que era progreso, de veras que sí.

Civitas Terrena, Civitas Dei, opuesta pero dependiente mutación hipócrita,

batalla por nuestras almas con destino pronosticado.

Yo pensé que era progreso, de veras que sí.

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Helen Bohorquez Helen Bohorquez

A pedacitos

Y me encontré a mi misma entrelazada en tu cuerpo, en la inocencia pérdida de nuestras caricias, en las verdes palabras de amor, en el cerrojo eterno de nuestras aventuras tridimensionales, en las tardes vitales de arquitectura fantástica, y en nuestros innatos tormentos, compartidos en silencio.

Estoy sembrada en suciedad amada, toxicidad social, mecanismos corruptos de subyugación física y mental, sin los cambios, sin los hechos, pero con los cerrojos que me echo como si fuera tradición, los maldigo, los escupo, los repudio, pero vivo en ellos, me embadurno con sus exaltaciones fantásticas, esos hijos de puta mediocres, soy mejor de mente, nunca mejor de acción, me comieron a pedacitos.

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Helen Bohorquez Helen Bohorquez

Lisette canta ópera y lee la mente

Ha sido un día desastroso con exámenes, libros y trabajos por doquier, así que decidí tomarme un chocolate caliente para alegrarme la vida. Lo más cerca que hay del campus es un Starbucks. 

La joven cajera de atractivos ojos castaños, Lisette, reconoce alguna acentuación extraña en mi forma de pedir la orden, tal vez un "jot chocolet" o que sé yo. 

- Where are you from?

- Colombia.

- ¡Eh latina! 

- Eh sí. (Dudando, como siempre, de la denominación).

- ¿Cuánto tiempo llevas acá? (Me dice con un acento cubano o borinqueño).

- Casi nueve años.

-¿Y tú? - Dos meses.

- Wow ¿Y por qué te viniste? (Como si fuera de mi incumbencia).

- Vine por mi maestría. 

- ¿En qué? 

- Música. Bueno, ópera, en realidad. 

- Wow. Oye, gracias por atenderme y por tu mini historia. Suerte con tus estudios. 

- Está bien. Llevo todo el día aquí y estaba muriéndome por hablar en español con alguien. 

- Entiendo el "feeling". 

- Bueno, cuídate. Y espero que lo que te esté molestando, no lo haga más. 

- Eh. Gracias. (Alejándome con una pequeña sonrisa). 

En un rinconcito de Brooklyn, hay una joven puertorriqueña o boricua que aspira a ser cantante de ópera. También parece leer la mente de las personas. Su nombre es Lisette, y está dispuesta a tomar su orden cuando usted lo necesite. 

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