Tren a Nanjing

Aquí no hay cielo azul. El sol se escudriña entre una gigante formación blancuzca que no se sabe si está hecha de nubes o polución. Los campos, de nuevo con ese toque tan familiar, resplandecen con pequeños monocultivos de maná oriental. La China rural no carece de pobreza, pero tampoco del llamado progreso. Es una competencia de sobrevivencia entre la naturaleza aún verde, y el grisáceo cemento que se empeña en levantar cuanto rectángulo vertical habitable pueda. 

Parcialmente separado de la realidad caótica que carcome las grandes ciudades, el paisaje refresca la vista y la memoria. Sí, huele a mierda y orina como en la mayoría de las grandes ciudades, pero el retazo del otro lado de la ventana es familiar al punto de llevarme a la nostalgia, el mismo barro, ladrillo y concreto con sus formaciones irregulares, el mismo pattern de los campos irregulares, el mismo sentimiento de una vida irregular. 

Notas desde mi tren a Nanjing. 

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