Hija del subsuelo

Puedo curar la melancolía de mis viernes por la tarde con galguerías importadas, vallenatos inspirados en míticas aunque desconocidas ciénagas caribeñas; puedo permitirme la libertad de arrojar hijueputeces al aire viendo al montañero adoptado bajo mi ruana invisible.

Puedo despojar al café de su leche y convertirlo en vino, envolverme en cachaquismos sureños y absolver mi lengua de las condenadas sílabas forzadas. Puedo sumergirme en un párrafo de Vásquez, Márquez o Vallejo, y alucinar que seré una de ellos.

Puedo camuflarme en un local oloroso a pan y aceite; escuchar las inconformidades apocalípticas del diario vivir de mis vecinos o las ya familiares predicciones nacionales.

Puedo arañar la identidad sagrada y heredada de mis ancestros, darme bocanadas tóxicas de patriotismo, adjudicarme lo que no es mío.

Puedo revestirme en oro y ahogarme en charcos imaginarios, tragar abejas dulces, colgarme en alas de cóndor viejo, reírme de sus ojos, llorar por ellos.

Puedo, por unos segundos, engañar a mi mente con alguna extrañeza de esta selva gris, dominarla y moldearla, desdoblarme en la fantasía de lo que veo no es rentado, depositar mi esencia en un espejismo propio…

Verme completa como hija del subsuelo, como una vena más…en el torrente sanguíneo, al cual llamo hogar.

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